Presentar a “El Brujo” es un ejercicio inútil. Quien no lo conozca ignora lo que se está perdiendo y los que lo conocen son fieles sin mayor duda a este cómico juglaresco de la vieja escuela que ha convertido el bululú en su medio de expresión. En “El viaje del monstruo fiero” toma prestada una adivinanza de Lope de Vega en la que se alude a los actores preguntado por “aquel monstruo fiero que nació de nobles padres y parió una madre sola y de muchas madres nace”.
Este viaje del monstruo, dice Rafael, es “mi propio viaje a través de los escenarios donde todavía se celebran los vestigios de la gloria irrepetible del Siglo de Oro español. El público me hizo monstruo fiero por necesidad y así cumplí con mi parte de la herencia. Soy un bululú. A través de una loa de Lope de Vega circulan mis memorias por la escena. Lope, Quevedo, Cervantes, los místicos, Shakespeare, Calderón… invocando la belleza por los pueblos, ellos me han nutrido con su leche… Estos textos han sido mis plegarias. Ahora vengo con ellas a «la corte», trasmudados en la hermenéutica de mi pellejo. A veces son vino exquisito y otras un caldo peleón. Por ello pido, pues, benevolencia, como conviene a la costumbre, según el ritual”.
La clave del trabajo de este actor es su capacidad para saltar desde los siglos XVI y XVII al entierro de Fernando Fernán Gómez pasando por la más chabacana actualidad con chistes sobre los partidos políticos, sin hacer distingos abultados. “Sigue siendo admirable la energía que le pone El Brujo en escena -dice un crítico-, cómo ha perfilado su estilo hasta el punto de ser único en su especie actualmente en el panorama teatral español, cómo sigue haciendo gracia y mucha con su edad”.
El metateatro se hace verbo con El Brujo, escenificando las compañías que representaban sus farsas en los pueblos de la península. Y es que todo parte de la estética, el génesis está en la belleza y en su búsqueda. Y, en esa investigación, El Brujo es una batidora que mezcla de forma sublime a Santa Teresa con las alcaldías y el afán recaudatorio de los políticos, a Cervantes con la Agencia tributaria, a Romeo y Julieta con el Ministerio de Igualdad… Todo en un ejercicio de equilibrismo escénico tan divertido como inteligente.