Teresa ha cerrado su quiosco. Uno menos. Estaba situado en el Pasaje Fernández Luaña. Se une a otros que pasarán al recuerdo como el de Oliva y “Prensa Piloto”, el del Plantío (reconvertido en un vending 24 horas), el del túnel en la calle del Cristo, el de las cuadras, el del cine Sil en Flores del Sil, el de Río Selmo, el de la plaza República Argentina, el de la estación de la Minero… y así un largo goteo de negocios que nacieron en el siglo XX con la pujanza de la prensa de papel.
Teresa recibió el pasado mes de junio un duro golpe de la vida: perdió a su hija Elvira. Posiblemente esto aceleró sus planes de cerrar el quiosco, que ya no era un medio de vida, sino una forma de socializar y seguir saludando a sus clientes. En los últimos años, prácticamente sólo se dedicaba al intercambio de novelas. Tenía unos cuantos clientes-amigos con los que se permitía largas charlas, sin prisas.

Recuerdo a Teresa desde que tengo uso de razón, su primer quiosco estaba apoyado en una pared de bloque y apuntaba a la plaza de Lazúrtegui a través del “callejón” (ahora pasaje Fernández Luaña), apenas a unos metros de su actual situación, las revistas del lateral izquierdo, por el que entraba teresa, mostraban el prematuro envejecimiento y amarilleo debido al sol. Los domingos al terminar la misa de una en San Pedro, los niños nos arremolinábamos alrededor del quiosco e íbamos colocándonos en fila con la propina semanal.
Al subirnos al bloque de cemento que nos dejaba a la altura de la ventanilla del quiosco, se abría ante nuestros ojos un mundo lleno de caramelos Pictolín, moras, natas, regalices y otras chuches, Me encantaban los sobres sorpresa, llenos de pegatinas, postales y otros restos de impresión de diferentes imprentas de toda España, una selección «random» que diría la generación Z.
Los hermanos también hacíamos una colecta interna para poder comprar el último número de Jabato Color, el héroe patrio que repartía justica por el mundo, con su amigo Taurus y su novia la romana Claudia.

Teresa ha sido testigo en los ochenta del mejor momento del “Callejón”, era el sitio de encuentro de muchos ponferradinos, cuando no había móviles. Sitio de quedada para ir a Caravel de los “niños pera” una expresión madrileña con la que se llamaba a los niños de buena familia y que también llegó a Ponferrada, también cómplice silenciosa de los adolescentes que le compramos los primeros cigarrillos sueltos o de los primeros besos de los adolescentes de la época sentados en el quicio del Banesto.
Intenté en varias ocasiones hacerle una entrevista pero siempre despejaba la situación con: “Házsela a mi hijo Santi, que el es conocido”, un día conseguí hacerle una foto robada, pero esa me la guardo para mi. También un día me contó la historia de su temprana viudedad, una auténtica fatalidad que le llevó a solicitar la licencia del quiosco cuando se encontró sola en Ponferrada con dos bocas a las que dar de comer.
Todavía hay quioscos activos en Ponferrada que dan servicio a los ponferradinos, como el de Fernando Miranda, el de Guti en el paseo San Antonio o el de San Pedro. Pero otros no han encontrado “recambio generacional” o ya no resultaban rentables, y fueron claudicando con el tiempo.
Teresa la del quiosco se ha jubilado, si, ahora toca descansar, siempre la recuerdo caminando al final de la mañana en dirección a su casa con un carrito de la compra y su sonrisa, que nunca ha faltado al saludar y preguntar por mi madre.
Le deseamos, al igual que toda Ponferrada, lo mejor en esta nueva etapa.