En la historia del fútbol se ha tendido a sustantivar a todo lo que envuelven los métodos y el ambiente generado por entrenadores especiales. “Cruyffismo” es hablar de un estilo muy definido basado en la posesión del balón siempre con una vocación ofensiva, y un juego rápido y alegre. Unas técnicas innovadoras que sirvieron de base a otros equipos posteriores que alcanzaron la gloria. Años más tarde surgió el “Mourinhismo”, una corriente que abarcaba más que meros aspectos futbolísticos. Era hablar de pundonor, de sudor, de lucha, de orden defensivo y de velocidad en ataque, pero también se convirtió para algunos en algo cercano a una religión en la que se adoraba la personalidad del técnico portugués. Pues bien, llevo ya varios meses leyendo espontáneamente el término “Jonbolismo” en las redes sociales, y ya considero que se dan las premisas necesarias para convertirla en una palabra común.
Hace dos veranos, llegó un hombre sencillo al Bierzo para hacerse cargo de un cementerio que abandonó “el enterrador” Carlos Terrazas. Jon Pérez Bolo era conocido por su trayectoria como futbolista, pero como entrenador únicamente despertaba preguntas por su corto bagaje. Eso sí, desde el primer momento, y todavía al márgen de fundamentarlo en resultados positivos, el ambiente cada vez era más positivo y sano. No sabíamos por qué motivo, pero Bolo desprendía optimismo. No me voy a detener a repasar su historial en la Deportiva, ya sabido por todos, sino que voy a presentarme en el partido de ayer contra el Almería. O mejor dicho, empezaré por el día previo.
“Vamos a ganar”, repitió convencido una vez tras otra en la rueda de prensa. Un discurso arriesgado por la racha de la Deportiva y por la magnitud del rival, pero seguramente, el que necesitaba oír la afición, y sobre todo, la plantilla. Ver a un entrenador proclamar con tal rotundidad su confianza en todos los integrantes de la plantilla, es una dosis de confianza descomunal para ellos. El aspecto anímico era el más perjudicado por la crueldad de las últimas derrotas, y revivirlo era primordial. Ese optimismo que digo que desprendió el vasco desde su primer día en la oficina, impregnó a absolutamente todo el mundo (incluso a los que nos estábamos mentalizando del descenso, como yo), y consiguió algo vital: recordar a la plantilla que pueden tumbar a cualquier rival de la categoría si se dejan todo en el campo.
Publiqué en mi cuenta personal de Twitter horas antes del partido una frase de Marcelo Bielsa que me pareció que concordaba perfectamente con nuestra situación: “todo lo que hacemos tiene sentido si cuando llega el partido entregamos todo”. Y vaya si entregaron todo. Era una final, y así lo sabían. Era el partido clave, no se podía demorar más.
Pero el “Jonbolismo” no se puede reducir únicamente al aspecto motivacional, porque en la victoria contra el Almería, futbolísticamente, Bolo tuvo mucha “culpa”. Su lectura del partido fue soberbia. Advirtió la autopista de la que gozaba Appiah en nuestra banda izquierda, y que nos tenían ganado el centro del campo y cada vez nos empujaban más hacia nuestro área, y sin esperar más allá del tiempo de descanso, sacó el lápiz corrector. Cambió a Ríos Reina por Luis Valcarce, y a partir de ahí, las facilidades en ese costado fueron infinitamente menores, y armó un trivote en el centro del campo con Manzanara avanzando su posición para reforzar la línea medular y buscar los contragolpes veloces (y estar preparado defensivamente ante ellos, también). Y a partir de este instante, la Deportiva creció en el partido.
Por supuesto, el “Jonbolismo” necesita creyentes para constituirlo como religión. Uno de ellos es Ivi López, que a pesar de estar cedido por un club de división superior, que a pesar de no disfrutar de todos los minutos que le hubieran gustado en las últimas jornadas, dio una exhibición de sacrificio y anotó un gol clave, el que despejaba los fantasmas y recargaba las pilas. Otro feligrés es Manu García. Tras estar en el ostracismo durante gran parte de la temporada, recibió sobre sus espaldas la presión que supone aparecer de repente en el partido más importante de la misma, para además, ser clave en la consecución de los tres puntos. Ese pie que le sacó a José Carlos Lazo cuando estaba prácticamente vendido es tan importante como cualquiera de los tantos logrados. Estos dos, al margen de Yuri (quien merece un artículo para él sólo), fueron los dos que mayor acto de presencia hicieron, al menos en cuanto a influencia directa sobre el marcador, pero el mayor triunfo de Bolo es conseguir que TODOS los integrantes de la plantilla confiaran en él, incluso cuando había que nadar a contracorriente.
No hay ningún director de barco mejor que Jon para este equipo. La plantilla confía en él, y la afición también. Y él confía en sus jugadores y en su hinchada. El amor es recíproco, y será manifestado, un año más, en el fútbol profesional. Hay “Jonbolismo” para rato.