Arthur Miller sigue siendo, sin duda, el autor más destacado del teatro norteamericano de todos los tiempos y un auténtico clásico contemporáneo en la historia mundial del teatro, aunque solo fuera por la obra que lo consagró, “Muerte de un viajante”.
“El precio”, estrenada en Nueva York a finales de los años sesenta, utiliza la referencia de los devastadores efectos de la crisis de 1929, que afectó gravemente al padre del autor, a través de los recuerdos de los hermanos Victor y Walter Franz, hijos de un empresario que se vio arruinado, lo que le sumió en la resignación y la derrota de su propia vida.
Dos hermanos se reencuentran en el desván de la casa familiar después de años sin hablarse. La casa debe ser demolida y Víctor, un humilde policía a punto de retirarse, y su esposa Esther convocan el hermano mayor, Walter, cirujano de éxito, a un encuentro con el tasador para decidir el precio de los viejos muebles familiares. Todo va bien, hasta que los recuerdos hacen despertar los fantasmas cerrados en este viejo ático.
Las obras de Miller abordan la responsabilidad del individuo hacia los demás, el conocimiento de uno mismo y la realización personal. Preocupado siempre por los seres más vulnerables y perdidos en los falsos valores que impone la sociedad norteamericana, la obra del estadounidense ahonda más en el terreno moral que en el político.
La fuerza de “El precio” se asienta en un impresionante trabajo interpretativo: “la grandeza de estos actores es que vuelven real y perturbador todo lo que tocan. Lo hacen con tanta naturalidad que arrojan al patio de butacas un sombrío trozo de vida con el que el espectador empatiza y se identifica”, ha dicho la crítica.
Tristán Ulloa (el comisario de “Fariña”), “encarna a ese policía dolido en lo más íntimo al pensar que su hermano hizo voluntaria omisión de su deber para cuidar al padre”; Gonzalo de Castro (“Doctor Mateo”), “se convierte en el cirujano, el triunfador de la familia, en quien confluyen en idéntica proporción el realismo, la amargura y la soberbia”. La directora, Silvia Munt, nos pone delante un complejo debate moral para la sociedad de hoy: el triunfo como una forma de fracaso, la familia como una condena.
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