Donde Robe era solo Robe: la amistad que nació en una palloza del Bierzo

La noticia del fallecimiento de Robe Iniesta ha sacudido al mundo de la música. Pero lejos de los grandes escenarios y las multitudes que celebraron su obra, existe un rincón en el Bierzo pequeño y verde —Balboa— donde el artista dejó un rastro íntimo, cálido y profundamente humano. Allí, en la Palloza, en la época que la regentaban Miguel Ángel “Gene“, y Paty, Robe no era una leyenda del rock: era un amigo que entraba por la puerta como quien vuelve a casa.

Gene recuerda la primera vez que el músico cruzó el umbral de la Palloza. No lo identificó al instante. Fue cuando vio las camisetas de los músicos y pipas que le acompañaban cuando se dio cuenta,

Entre las primeras conversaciones surgió un recuerdo triste que Roberto Iniesta llevaba dentro desde hacía años: en Balboa había tenido una novia, una chica que murió muy joven, víctima del cáncer. Quizá por eso, quizá por la magia que guarda el Bierzo, quizá por esa mezcla de montaña, piedra y humedad que envuelve al valle, el sitio le resultó a Robe inmediato y familiar. Volvió. Y a lo largo del tiempo, tuvo varias visitas más.

Con el tiempo, la relación se volvió costumbre, casi un rito que todos en la casa esperaban. Antes de que él pronunciara palabra, en cocina ya sabían lo que iba a comer:
Feixo de espinacas con nueces y salsa de queso de Veigadarte y pimientos rellenos de miga de bacalao y gambas.

Un día, cuando Gene le recitó su propio pedido sin que él aún hubiera abierto la carta, se echó a reír:
Joder, amigo… No se puede tener un secreto contigo.

Cada vez que Robe tenía concierto en Galicia, la parada en la Palloza se volvía obligatoria. Y los clientes lo sabían. El último día que estuvo, muchos habían reservado sitio para coincidir con él. “Va a venir hoy”, se murmuraba entre vinos, como quien espera la llegada de un viejo conocido querido por todos. Y llegó. Sin ruido, sin séquito, sin la solemnidad de los ídolos: simplemente él.

La amistad y la relación no quedó anclada en las visitas del placentino a Balboa. Tiempo después, Gene y Paty viajaban rumbo a Cáceres para ver a la Ponferradina y aprovecharon para dar un paseo por Plasencia. Tras el paseo, al volver a la furgoneta, lo vieron allí: apoyado en el vehículo, como si hubieran quedado a esa hora. Sonrió, se acercó y les ofreció una invitación sencilla para tomar algo juntos.

“Ahí me demostró lo grande que era”. Recuerda Gene. No el músico. No la figura pública. El hombre.

Y quizá esa sea la esencia de esta historia tan real como alejada del brillo del artisteo: en un pequeño valle berciano, entre teito de paja, piedra, humo de chimenea, madera antigua y platos servidos con cariño, Robe Iniesta dejó un legado distinto al de los escenarios. Un legado hecho de complicidad, afecto y presencia sincera.

Hoy, mientras el país recuerda al artista, Balboa lo recuerda así: sentado en una mesa de la Palloza, riendo, comiendo lo de siempre y saludando como solo saludan los del pueblo.