Vestido con un traje de etiqueta dentro del que no acaba de sentirse cómodo, cumpliendo con el preceptivo protocolo, el dramaturgo, o acaso una actriz amiga a quien ha pedido que lo represente en el solemne acto, va a ingresar en la Academia pronunciando un discurso titulado “Silencio”. Va a hablar sobre el silencio en la vida y en el teatro, quizá también sobre el silencio en su vida y en su teatro.
Y, sobre todo, va a viajar por silencios teatrales o literarios que han marcado su memoria y su imaginación y, arrastrado por el deseo de teatro, llegará a interpretarlos como si estuviese en un escenario. Igual que a los espectadores, esos silencios pueden enfrentarle con los de su propia vida. Quizá tenga, en cada momento, la tentación de callar. Quizá el silencio, que soporta el discurso y sobre el que el discurso indaga, ponga el discurso en peligro. Quizá lo más importante sea, para quien pronuncia el discurso y para quienes lo reciben, por encima y por debajo de las palabras, escuchar juntos el silencio.
“Silencio” es un texto de una gran belleza literaria que se convierte en una representación en la que no falta la ironía y en la que la metateatralidad imprime una cadencia que rompe toda ceremonia, pero no la carga intelectual del texto. El trabajo en equipo de Juan Mayorga y Blanca Portillo ha dado a luz una de las mejores piezas teatrales del momento. “Una obra que va a quedar para la historia del teatro -ha dicho un crítico- y que seguirá representándose durante décadas”.
“Silencio” es, ante todo, un homenaje a la palabra y al teatro (“el arte del actor”) y, por extensión, al silencio como palabra y como acción, porque la pausa teatral y el silencio no son meros huecos en el texto dramático. Imponen un ritmo, configuran una melodía y, en muchas ocasiones, hablan como lo hacen las palabras. Un montaje sabio y divertido, con una espléndida Blanca Portillo, que da todo un recital interpretativo.
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